martes, 31 de enero de 2012

El saltador

Yo no sé por qué pasa, pero lo cierto es que pasa. Y es que, a veces, muy pocas, una obra te atrae con especial intensidad. Ves una imagen y sin saber qué es, de dónde procede ni quién la pintó, quedas hipnotizado, subyugado.

Y a mí me ocurrió con esta pintura griega, de la Magna Grecia. Se descubrió en 1969 en Paestum, en la región italiana de la Campania. Se data sobre el año 480 a. C. Está pintada en la tapadera de un sarcófago, pero por dentro (gracias a lo cual se ha conservado), de forma que su contemplación estaba destinada solamente a la persona que allí yacía. En las paredes interiores de dicha tumba las pinturas representan escenas de banquete, de simposio, y hay charla, vino, liras, ruido...



Pero la escena a la que nos referimos es muy distinta. Un nadador ha abandonado el lugar que le sirve de trampolín y está a punto de entrar, de zambullirse en el agua. La imagen lo congela en ese instante previo. Sólo hay silencio.


Yo no sé qué representa il tuffatore, ni qué tiene esta pintura destinada a ser eternamente observada. Quizás Montale tuviera razón y no sea más que el recordatorio de que la vida es eso: el instante, los pocos segundos que van desde que nuestros pies se separan del trampolín hasta que entramos en el agua. En cualquier caso, a mí me hipnotiza.


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